¿Por qué es importante hablar de ciencia? La batalla contra la desinformación
Cuando era niño, disfrutaba mucho hacer “experimentos” que consistían en revolver diferentes ingredientes que tomaba de la cocina de mi abuela como salsa picante, cátsup, azúcar, sal y alguna bebida que encontrara en el refrigerador. Tiempo después, mi padre me regaló una enciclopedia de la vida animal cuyos tomos terminaron bastante maltratados de tanto que los hojeaba con emoción. Así que podría decir que desde pequeño sentí una inclinación por la búsqueda del conocimiento que me llevó a estudiar una carrera científica para dedicarme a la investigación y enseñanza de la ciencia.
La pasión por la ciencia se mantuvo muy presente en mi vida hasta que ingresé al posgrado; ahí me di cuenta que cada vez me era más tedioso tener que explicar a familiares y amigos mi proyecto de tesis. Es decir, mis compañeros y profesores entendían claramente los objetivos de mi trabajo, pero me resultaba frustrante que mis tías siempre terminaban preguntando ¿Y eso para qué sirve? Así, como resultado de la saturación de información, el cansancio de estudiar un posgrado y la falta de capacidad para comunicarme de manera sencilla, comencé a hablar cada vez menos de ciencia fuera de mi “circulo de conocidos científicos”. No es que perdiera interés por la ciencia, sino que se convirtió en un gusto más aislado.
Las cosas cambiaron cuando comencé a dar clases y pude experimentar el apetito conocimiento en los jóvenes universitarios. Disfrutaba mucho hablarles de ciencia, de científicos, de películas y documentales tratando de transmitirles el gusto por la ciencia. Sin embargo, después de reflexionar bastante, me di cuenta de que los estudiantes eran una ampliación de mi “circulo de conocidos científicos” por lo que comencé a buscar la manera de acercarme a más personas que tuvieran interés en la ciencia y me aventuré en el mundo de las redes sociales donde rápidamente me di cuenta de que existe mucho interés en la ciencia, pero también una enorme cantidad de desinformación.
En la “Encuesta Nacional de Ciencia y Tecnología, los mexicanos vistos por sí mismos” se resalta que un 18% de los encuestados indicaron tener interés nulo por la ciencia y tecnología. Sin embargo, lo que yo destacaría es que el 82% restante tiene algún nivel de interés en el tema. Un dato sobresaliente es que el 49.3% justificó su respuesta con “no los entiendo”, lo que muestra que el problema no es la falta de interés, es la falta de conocimiento; de hecho, al pedirles que califiquen del 0 al 10 su nivel de conocimiento en ciencia, el resultado promedio fue 5.2 lo que muestra que los mexicanos estamos conscientes de que nuestros conocimientos científicos son muy limitados.
Otro dato muy interesante que muestra la encuesta, es que mientras menos entendemos de un tema menos nos interesa. Es decir, los temas que los encuestados consideran fáciles de entender como crisis económica (39.1%) o formación de los maestros (38.7%) son también los que perciben como más interesantes (60.3% y 54.2%, respectivamente) mientras que los temas que consideran más difíciles de entender como energías renovables (41.4%) o cultivos transgénicos (47.5%) reflejaron mayores niveles de desinterés con 49.% y 52.6%, respectivamente.
El hecho de que exista interés de muchas personas por la ciencia, pero que al mismo tiempo haya poco conocimiento en estos temas porque se consideran difíciles, ha creado un hueco que una enorme cantidad de pseudocientíficos y anti intelectuales han llenado de ideas completamente falsas como el negacionismo de hechos científicos demostrados, por ejemplo la evolución o el cambio climático, e incluso otras francamente peligrosas como el movimiento antivacunas o totalmente descabelladas como el terraplanismo.
Al comenzar mi aventura de divulgación científica a través de las redes sociales, rápidamente pude darme cuenta en cuales temas existe mayores problemas de conocimiento y, por lo tanto, donde hay más presencia de personas que se esfuerzan por desinformas a los demás. Sin duda alguna uno de los principales temas es la evolución.
La evolución es una de las teorías científicas más sólidas en la actualidad. Ha sido demostrada con una abrumadora cantidad de evidencia proveniente de diversas áreas del conocimiento como la genética, la anatomía, la embriología, la paleontología, la bioquímica entre muchas otras. La evolución es una teoría relativamente sencilla de entender que explica cómo se origina la diversidad biológica en el planeta; brevemente, todos los organismos tienen pequeñas diferencias, producidas por variaciones aleatorias en el ADN, que los hacen únicos. Estas diferencias pueden ser beneficiosas, perjudiciales o neutrales para la supervivencia y reproducción del organismo en un ambiente determinado. Por lo tanto, los organismos con las variaciones más beneficiosas tienen más probabilidades de reproducirse y heredar dichas variaciones a su descendencia. Este proceso de variación y selección natural se repite generación tras generación permitiendo que los organismos evolucionen y se adapten a las condiciones ambientales en constante cambio.
La elegancia y sencillez de la teoría de evolución debería ser suficiente para que gran parte de la gente la comprenda y acepte. Sin embargo, la realidad es muy diferente, pues, mientras que cada publicación sobre evolución suele ser bombardeada por individuos con posturas anticiencia, otras teorías científicas más complejas de entender por el púbico general como las teorías de la relatividad o la teoría cuántica prácticamente no son atacadas en páginas o grupos de ciencia en redes sociales.
Los resultados de “la encuesta nacional de religión, secularización y laicidad. Los mexicanos vistos por sí mismos” muestran lo dividida que se encuentra la sociedad en este tema ya que ante la pregunta ¿Con cuál de las siguientes frases está usted más de acuerdo?, el 42.3% contestó que “los humanos y otros seres vivos han existido en su forma actual desde el inicio de los tiempos” y el 40.6% que ”los humanos y otros seres vivos han evolucionado en el tiempo”. Sin embargo, la diferencia se incrementa a 15.7% cuando se les preguntó si “la evolución humana y de los seres vivos se debía a procesos naturales como la selección de especies o a un ser supremo que ha guiado la evolución” donde un 48.4% se inclinó por un ser supremo y solo el 32.7% por la selección natural.
En la encuesta previamente mencionada, se puede observar que las personas que aceptan la evolución y las que la niegan tienen características claramente diferenciadas; en general, existe una mayor aceptación a la teoría evolutiva en personas jóvenes (especialmente menores de 25 años), con alta escolaridad (principalmente universitarios) y no-creyentes y, por el contrario, la evolución suele ser rechazada por adultos mayores, con baja escolaridad y religiosos. El efecto de la escolaridad reafirma la importancia de la falta de conocimiento en el negacionismo científico, pero en el caso de la evolución, las creencias religiosas tienen un papel preponderante en la adopción de hipótesis alternativas sin ningún sustento científico.
Sin embargo, las posturas anticientíficas o negacionistas pueden estar sustentadas en ideologías muy diversas. Por ejemplo, de corte político/económico como en los antitransgénicos o conspiranoicas como en el caso de los antivacunas. Este tipo de posturas en medios de comunicación, eventos públicos o redes sociales incrementan el nivel de desinformación de la sociedad. Sin embargo, el problema se agudiza cuando figuras u organizaciones poderosas ejercen presión política o social para intentar imponer sus ideas negacionista o anticientíficas a la población general, ya sea de manera directa, como los eventos sucedidos en Estados Unidos, donde políticos y grupos conservadores obligan a escuelas públicas a impartir creacionismo en la clase de ciencias, o de manera indirecta, cuando en la búsqueda de defender sus intereses comerciales, promueven y patrocinan campañas antitransgénicos a través de grupos de choque o partidos políticos.
El efecto combinado de la falta de conocimiento y la desinformación han creado un distanciamiento entre la ciencia y la sociedad que le dificulta percibir la importancia de la investigación científica en muchos los aspectos de la vida cotidiana como la salud, la tecnología o la alimentación. Por lo tanto, es importante que las personas que nos dedicamos a la ciencia nos esforcemos por hablar de ella, no solo en el aula o en congresos, sino también en redes sociales, charlas y talleres en educación básica, foros públicos o incluso en la cena de año nuevo.
Hace un par de años, se acercó mi hijo pequeño y me dijo “papá, ven conmigo que te voy a mostrar mi experimento” y mientras escuchaba su explicación de los ingredientes que componían su extraña mezcla, regresé a mi infancia y recordé que yo no era el único que hacía experimentos. Mis primos y compañeros también los hacían y la mayor parte de ellos no se dedican a la ciencia, pero el espíritu científico estaba ahí. Además, cuando mis tías me preguntaban sobre mi tesis de doctorado, era porque estaban genuinamente interesadas en entender más de ciencia. Es necesario que nos acerquemos a los niños, a los vecinos, a los primos y los amigos para compartirles nuestro gusto por la ciencia de manera accesible como lo hacen los creadores de contenido que sin formación científica formal se esfuerzan por divulgar la ciencia. Además, es muy importante hacer énfasis en la necesidad de desarrollar una postura escéptica y una mentalidad crítica hacia toda la información que llega a nosotros para evitar caer en la desinformación y especialmente para evitar promover la desinformación.
Hace una semana, mi hijo de 7 años, me preguntó si sabía que las ballenas no podían respirar bajo el agua; inmediatamente vi la oportunidad de hablar un poco de evolución, pero antes de que pudiera empezar a hablar me interrumpió diciendo “lo que pasa es que hace muchísimos años las ballenas vivían en la tierra como las vacas o los caballos, pero la evolución hizo que puedan vivir en el agua”. BEST DAY EVER!
Imagen: Readaptada; cortesía de CREST Research via Flickr.
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