Una Ciencia para la Paz y el Desarrollo
Los seres humanos nos localizamos en la cúspide de la cadena alimenticia; es decir, somos los depredadores por excelencia. Incluso la Teoría de la Evolución de Darwin describe cómo, a través de una combinación de cambios genéticos y del proceso de selección natural, hemos evolucionado hasta ser una especie con características únicas y distintivas a las de otros primates y animales.
Hace algunos años leí el Libro de la Ignorancia. Fue mi favorito por algunos meses hasta notar mi molestia por su limitado número de páginas. Soy admiradora declarada de la belleza de este Universo. Disfruto del reflejo de las incontables estrellas en la superficie del mar nocturno tanto como de la inercia rotacional que acelera y desacelera mis giros en la silla de mi oficina. Por esta razón, me confundía el tamaño de dicho libro al ser contrastado simplemente con las escalas del Universo: desde la escala cuántica hasta la escala cosmológica. Además, sigo admirando esta interrelación humano-universo. Es una interacción viva y continua que durante millones de años a través de los descubrimientos y los inventos nos ha llevado al Antropoceno como era geológica. Es más, hoy vivimos una etapa única en la Historia: la Sociedad del Conocimiento.
El nombre mismo me resulta un poco incómodo; me recuerda mis propias limitaciones. Independientemente de eso, el nombre de Sociedad del Conocimiento refleja la estadía en la que nos encontramos como especie: el conocimiento y la técnica son más valorados ahora que nunca antes. La riqueza ya no sólo la gestiona el poder o las pertenencias, la gestiona el conocimiento. Si bien, eso sigue planteando desigualdades y exclusión a nivel mundial, somos muy afortunados en comparación con todas las generaciones que nos han precedido. Nuestras herramientas e instrumentos, así como nuestro bienestar y calidad de vida, dan evidencia de los grandes logros en conocimiento. El abismo entre el conocimiento requerido para la supervivencia y nuestras teorías actuales del espacio-tiempo es indiscutible.
En este sentido, somos privilegiados respecto al primer Homo sapiens. Inclusive lo somos respecto a la generación de nuestros propios padres. Las últimas dos décadas registran el mayor avance del conocimiento en la Historia de la Humanidad. Este crecimiento ha sido exponencial y nos ha llevado a logros extraordinarios, entre los cuales me gustaría resaltar algunos, no por su impacto o relevancia. Ser admiradora no implica ser experta, así es que los mencionaré simplemente por estar dentro de mi esfera próxima de conocimiento dentro del enorme universo de mi ignorancia.
En el Siglo XX, Albert Einstein junto a otros científicos talentosos y apasionados transformaron nuestro conocimiento de la Física dando paso a lo que hoy llamamos Física Moderna. Las grandes teorías generadas entonces predijeron la existencia de los hoyos negros, las ondas gravitacionales, el Bosón de Higgs y la energía nuclear, de los cuales hoy en día tenemos evidencia experimental, visual e histórica. Éstos hallazgos han permitido, por ejemplo, una mejor comprensión de nuestro Universo, el funcionamiento de los satélites y han contribuido a las tecnologías de exploración del espacio exterior.
En 1953 se reveló la estructura de la doble hélice del ADN o DNA (deoxyribonucleic acid), una biomolécula que contiene toda la información genética de los seres vivos. Más tarde, se planteó la hipótesis de modificar el ADN para cambiar las funciones de un organismo. Casi 50 años después, en 2020 y en 2023, los ganadores y ganadoras del Premio Nobel de Química han hecho realidad que la ingeniería genética sea mucho más precisa y disponible que nunca antes. Esta Revolución Genómica promete múltiples avances en agricultura, medicina, y varios sectores industriales. En agricultura se desarrollan cultivos resistentes a las plagas y a otras enfermedades, se aumenta la productividad de los cultivos e incluso su contenido nutricional. En medicina, la edición genética podrá corregir síndromes y otros desórdenes genéticos, y podrán ayudar en terapias celulares y medicina regenerativa, prolongando significativamente nuestra esperanza de vida. Un ejemplo tangible fue la creación en tiempo récord de las vacunas de ARN mensajero o RNA (ribonucleic acid) contra el virus SARS-CoV-2 que ayudó a controlar la pandemia que cobró la vida de más de 600,000 personas en México, según la Organización Mundial de la Salud.
La Biotecnología ha avanzado considerablemente también en Neurociencia y en interfaces cerebro-computadora. Además de poderse utilizar para entender la complejidad de los procesos neuronales, las funciones cognitivas, el aprendizaje y la memoria, estas interfaces posibilitarán la comunicación entre el cerebro y dispositivos externos con el potencial de beneficiar a individuos con discapacidades o desórdenes neurológicos.
Las Matemáticas, por su parte, se han desarrollado en sinergia con el resto de las ciencias y las tecnologías. El universo matemático ha acelerado su expansión a la par del avance de las ciencias físicas y de las tecnologías computacionales: desde el Cálculo, el Análisis, la Lógica Matemática, el Álgebra Moderna, la Teoría de Conjuntos, la Topología, la Teoría de la Complejidad, hasta el concepto mismo de infinito. En el pasado, las Matemáticas se basaban principalmente en métodos analíticos, hoy en día, gracias al crecimiento del poder computacional, la miniaturización de los chips y la incipiente experimentación en computación cuántica, los métodos numéricos han contribuido a expandir, aún más, los límites de esta ciencia. Incluso, ha facilitado su aplicación en áreas como la Criptografía y Ciberseguridad, la simulación de sistemas complejos, la optimización de nuevos materiales y el diseño de bioproteínas; estando detrás de la Inteligencia artificial, considerada por algunos historiadores como “el mayor invento de la Humanidad”.
El aprendizaje máquina o machine learning y la inteligencia artificial son la punta de lanza de la Revolución Digital, que comenzó décadas atrás con el internet, los dispositivos móviles y el uso de la nube. Aunque aún enfrentan desafíos significativos y limitaciones, se augura la posibilidad de cambiar los paradigmas y aplicaciones en múltiples campos del conocimiento científico y tecnológico. Estas tecnologías han sido llamadas “de Propósito General”, implicando que cambiarán la vida humana tal como lo hizo en su momento la invención de la máquina de vapor o la de las computadoras. Estos inventos pueden, por ejemplo, procesar enormes cantidades de datos a altas velocidades, teniendo el potencial de incrementar significativamente nuestra capacidad predictiva, la solución de problemas y la toma de decisiones. En el área de salud, por ejemplo, la Inteligencia artificial puede ayudar en la imagenología diagnóstica, el descubrimiento de nuevos y mejores medicamentos y el diseño de medicinas personalizadas, salvando vidas y reduciendo los costos de inversión en salud. En educación, el aprendizaje máquina y la Inteligencia artificial pueden brindar experiencias de aprendizaje personalizadas, mejorando la motivación, el interés y los resultados de aprendizaje. En los negocios la Inteligencia artificial puede hacer análisis predictivos, automatizar procesos y optimizar operaciones, llevando a la Innovación y al crecimiento económico.
Tú, amable lector, disculparás la inesperada intromisión de la tecnología en este recuento de avances científicos; sin embargo, hoy en día la delgada línea entre ciencia básica, ciencia aplicada y tecnología es más difícil de establecer. Tanto así que seguramente no se nos ocurre pensar en toda la ciencia que hizo posible que en este momento leas mis palabras en tu celular o en algún otro dispositivo electrónico. Óptica, Electromagnetismo, Circuitos Eléctricos, Física del Estado Sólido, Física de Plasmas, Propiedades de los Materiales, Electroquímica, Termodinámica, Análisis de Variable Compleja, Criptografía y Topología son solo algunas de las ciencias que han contribuido a ello, así como a otros dispositivos de uso común en nuestros hogares.
He tratado de argumentar y dar ejemplo de mi afirmación: ¡Como especies, somos privilegiados! ¡Como generación, somos afortunados! ¡Somos la Sociedad del Conocimiento!
[Ovaciones de fondo].
Tú, sabio lector, sin embargo, podrías poner en tela de juicio mi afirmación, planteándome desgarradoras preguntas. Si somos tan afortunados, ¿por qué entonces fuimos testigos en la guerra Palestina-Israel de bebés apuñalados y torturados? ¿Por qué soldados fueron asesinados por sus propios bandos en la guerra Rusia-Ucrania? ¿Por qué ha habido ciudades, como Acapulco, devastadas por tormentas tropicales que súbitamente se volvieron huracanes? ¿Por qué miles de personas se ven obligadas a arriesgar su vida y dejar sus hogares ante la impavidez e insensibilidad de los gobiernos? ¿Por qué al descender hacia el Valle de México la contaminación atmosférica nos impide disfrutar el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl? ¿Por qué las mujeres en México siguen desapareciendo todos los días a manos de sus propios amigos y familiares? ¿Por qué siguen incrementando las tasas de suicidio y la incidencia de la drogadicción? ¿Por qué Claudia nunca vio un teporingo en libertad?
[Silencio].
[Líneas en blanco].
¡No sé las respuestas! Pero las simples preguntas duelen, haciendo inimaginable el dolor real de los protagonistas.
Cuando era niña, mis padres me llamaban “teporinga”, pensé que era una forma de llamarme “hija” pero en realidad era para recordarme cariñosamente que era pequeñita. Nunca vi un teporingo en libertad, aunque un poco más grande, aprendí que se refería a un conejito endémico mexicano, hoy en peligro de extinción. Como él, muchas otras especies han ido desapareciendo de mi localidad en mis casi 50 años de vida, y extraño a las monarcas, los colibríes, las golondrinas, las libélulas e incluso a los escarabajos chahuixtles.
He sido testigo de ello, como he sido testigo de otras calamidades. Y me siento cada vez más impotente, frágil y asustada.
Ante tal escenario, sabiéndome “teporinga”, podría solo agachar la cabeza, bajar las manos y responder a sus preguntas: ¡Así son las cosas! ¡Eso nos tocó vivir!
Entonces dejaría de ser fan de este universo y del ser humano. Dejaría de reconocer que los humanos tenemos responsabilidad al trazar el curso de nuestra historia y de nuestro Planeta. ¡Los seres humanos somos libres! Y el ejercicio de nuestra libertad conlleva decisiones, acciones, inacciones, consecuencias y, sobre todo, la responsabilidad de habernos llevado a este momento único en esa historia.
Para celebrar el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, no me queda más que recordarte, querido lector, tal como lo dice Yuval Noah Harari:
La ciencia y la tecnología no son per se buenos. Son solo herramientas para interaccionar con nuestros semejantes, con nuestro medio ambiente, con nuestro planeta, con nuestro universo. Nosotros, cada humano y todos a la vez, decidimos cuándo, cómo, por qué y para qué los usamos. Con cada nuevo descubrimiento y con cada nueva invención se abren desafíos éticos e implicaciones sociales, económicas, políticas y medioambientales. Por lo que este momento histórico será decisivo para el futuro de la Tierra y de todos los organismos que la habitan. La historia que sigue depende de nosotros, los seres humanos.
El primer cuchillo de hueso, la pólvora, la fusión y la fisión así como la revolución genómica y la inteligencia artificial, pudieron y podrán ser usados con diversos propósitos y consecuencias. Su potencial perjuicio o beneficio depende del usuario. Pero nadie puede usar aquello que desconoce.
Reconozcamos la maravilla del Universo y de la vida. Aprendamos ciencia y tecnología. Analicemos y discutamos las implicaciones de su uso. Tomemos posturas éticas y cuestionemos las políticas que nos rigen. Solo entonces, cuando extendamos la curiosidad y la creatividad humana al ámbito de la Ética, seremos capaces de ejercer informada y plenamente ese súper poder: Diseñar una nueva historia y construir un mejor futuro para nuestros “teporingos”, para la Humanidad y para el planeta Tierra.
Imagen: Generada gracias a la IA de Microsoft Bing.
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