Reflexiones sobre el mosquito Aedes aegypti: Hacia una sinergia entre la salud y el ambiente
El día mundial del mosquito, celebrado los 20 de agosto, conmemora el descubrimiento de que las hembras de los mosquitos del género Anopheles transmiten la malaria, realizado por el médico británico Sir Ronald Ross en 1897, y por el cual recibió un Premio Nobel. Unos años antes (en 1881) otro médico, en este caso el cubano Carlos Finlay, descubrió que las hembras del mosquito Aedes aegypti pueden transmitir la fiebre amarilla. Desde estos descubrimientos a la actualidad se confirmó que distintas especies de mosquitos transmiten numerosas enfermedades que afectan a los seres humanos.
Algunas de las enfermedades transmitidas por mosquitos son llamadas emergentes, ya sea porque aparecieron recientemente, o porque en los últimos años se amplió notablemente su rango de distribución. Buenos ejemplos de esto son el dengue, el zika y la fiebre chikungunya, todas enfermedades virales transmitidas por las hembras del mosquito Aedes aegypti. Solo en 2019, en las Américas se registraron más de 3 millones de casos de dengue, y si bien no todos los años hay el mismo número, hay una tendencia a que cada pico afecta a más personas que el anterior.
Esta realidad lleva a plantearnos algunas preguntas, por ejemplo ¿Qué es lo que favorece que esté ocurriendo un incremento en el número de casos y la distribución de las enfermedades transmitidas por el mosquito Aedes aegypti?
Muchas veces la respuesta rápida es “el cambio climático”, pero esto no está claramente respaldado por los datos disponibles. Es más, se podría pensar que el cambio climático haría que algunas zonas se vuelvan más favorables para el mosquito (especialmente en las regiones templadas donde el aumento de las temperaturas podría generar condiciones más favorables), pero produciría el efecto contrario en otras regiones (en las más cálidas, donde el aumento de la temperatura afectaría negativamente el ciclo de vida del mosquito). Pero hay otros cambios sociales y ambientales que están ocurriendo en forma acelerada a nivel global, que sí podrían tener un efecto importante en el aumento del número de casos y la expansión geográfica de las enfermedades transmitidas por Aedes aegypti, como por ejemplo la creciente urbanización y globalización.
Actualmente más del 80% de la población de América Latina vive en zonas urbanas, y el número de personas que vive en las ciudades aumenta constantemente. Esto lleva a un crecimiento urbano que muchas veces se produce en forma desordenada, sin planificación y sin una previsión de infraestructura o provisión de servicios adecuados como por ejemplo el suministro de agua potable o la recolección de residuos, lo cual a su vez afecta en forma desproporcionada a las poblaciones más vulnerables. Pero… ¿Cómo se relaciona todo esto con el aumento del dengue? La clave está en el mosquito Aedes aegypti, que siendo una especie muy asociada a los entornos domésticos, se adaptó para utilizar los recursos que los seres humanos les dejamos disponibles en nuestro entorno. Por ejemplo: alimento para los mosquitos adultos (sustancias azucaradas de distintas especies de plantas), fuente de proteínas para que las hembras puedan madurar sus huevos (sangre preferentemente humana), y sitios adecuados para que se puedan criar las larvas (todo tipo de recipientes que contienen agua por una semana o más).
Teniendo en cuenta que la disponibilidad de plantas o de personas es prácticamente ilimitada en las zonas urbanas, se podría decir que (si el clima es adecuado), la cantidad de mosquitos Aedes aegypti depende de la cantidad de recipientes con agua disponibles. Y la cantidad de recipientes con agua depende de los hábitos de las personas, por ejemplo la experiencia muestra que en la mayor parte de los entornos domésticos hay recipientes con agua, ya sea que están en uso pero no tiene el manejo adecuado (bebederos de animales, floreros), o que no estén en uso y quedan almacenados de forma inadecuada, juntando agua de lluvia o riego. La acumulación de recipientes también depende en parte de las condiciones de contexto. A modo de ejemplo, si no hay un suministro confiable de agua, las personas juntan agua cuando pueden para usarla más tarde (y esto genera posibles sitios de cría para las larvas del mosquito), y si no hay servicio de recolección de residuos, se generan pequeños basurales a cielo abierto en el entorno urbano (donde los recipientes con agua también se convierten en sitios de cría).
A su vez, la globalización permite el transporte de personas a grandes distancias en muy poco tiempo, lo cual favorece el ingreso de personas con virus a lugares donde no está ocurriendo la transmisión. Si en esos lugares hay mosquitos Aedes aegypti en abundancia suficiente, las hembras al picar a los viajeros infectados adquieren el virus, y unos días después pueden transmitirlo a otras personas cuando buscan sangre para iniciar el siguiente ciclo de puesta de huevos. Y así comienza un brote o una epidemia en lugares donde no estaba ocurriendo la transmisión.
A estos procesos de urbanización y globalización se les suma el fracaso de los métodos “tradicionales” de control de mosquitos, basados principalmente en la aplicación a gran escala de insecticidas, que en el siglo pasado prácticamente lograron erradicar Aedes aegypti de la mayor parte del continente americano. Debido a su alta toxicidad para distintos organismos no blanco, y a la aparición de resistencia en los mosquitos que se pretendía controlar, dichos métodos ya no resultan viables actualmente. Lamentablemente distintos gobiernos siguen basando su estrategia de prevención en el control químico exclusivamente. Pero entonces ¿qué es lo que se puede y se debería hacer?
Actualmente hay un consenso generalizado en que el control de Aedes aegypti debe apuntar principalmente a reducir la disponibilidad de los sitios de cría, y dado que estos sitios de cría se relacionan con el comportamiento y hábitos de las personas, éstas deben ser involucradas en las estrategias de control. Entre las propuestas que muchas veces se discuten y no tantas veces se implementan están: que se trabaje el tema en las escuelas, ya que los niños y las niñas tienen mucha más facilidad a aprender y modificar hábitos; que distintas áreas de gobierno (salud, educación, medio ambiente, infraestructura) compartan información y articulen acciones; y que se combinen abordajes generados desde las comunidades con propuestas desde las áreas de gestión gubernamental, apoyando y complementándose mutuamente.
En particular, si se considera como parte de la estrategia de prevención el desarrollo de infraestructura o servicios que mejoren las condiciones de vida de las personas (como la provisión de agua potable, o recolección de residuos, acceso a una vivienda digna), además de aportar a la prevención de enfermedades transmitidas por mosquitos se previenen también otro tipo de enfermedades asociadas con ambientes no saludables, generando una sinergia y optimización de recursos. En línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, debemos priorizar las aproximaciones que favorezcan una sinergia entre la salud del ambiente y la de las personas, y si bien este tipo de estrategia resulta de compleja implementación, y los resultados probablemente recién se puedan apreciar en el mediano plazo, parece ser la única que es posible sostener a largo plazo.
Fotografía: Créditos de James Gathany via Flickr
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