Los retos y oportunidades en la docencia científica
Cuando era niña me maravillaba todo a mi alrededor, desde la sensación del pasto rozando mi piel, hasta el interior del radio de mi abuelo que mi padre reparaba de vez en cuando. Desde pequeña supe que sería Ingeniera Biotecnóloga… Ok, claramente exageré, pero aprovechaba cada oportunidad para saber más sobre biología y sobre ingeniería. Leía enciclopedias, libros sobre animales, naturaleza o arquitectura. En la tele veía “El mundo de Beakman” y “El autobús mágico”, o pasaba horas viendo documentales sobre la revolución industrial. Mi museo favorito era el Universum y, en segundo lugar, el museo de Tecnología de la CFE.
Cuando me hablaban de profesiones en la primaria o secundaria, no me explicaban qué era Ingeniería en Biotecnología o Ingeniería en Nanotecnología. No, eso no existía siquiera en las materias de universidad. Cuando preguntaban las maestras: ¿qué quieres ser de grande? Las respuestas eran simples: Ingeniero, Abogado, Médico, o los favoritos de los pequeños: Astronauta, Veterinario, Policía o Bombero. Mi respuesta a esa pregunta era una sola: Medicina. Hasta que mi profesor de cálculo en la preparatoria me inspiró a seguir sus pasos y estudiar una ingeniería, y luego convertirme en docente.
Si nos remontamos varios siglos atrás, sólo la medicina, las leyes o la religión eran consideradas profesiones. Lo demás, eran oficios. El conocimiento se transmitía mayoritariamente de forma oral y de generación en generación, lo cual hacía a la cátedra tradicional el mejor medio para transmitirlo. A partir de la creación de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados (ARPANET) en 1958, momento considerado como el nacimiento del Internet, y la creciente —y ahora acelerada— actualización tecnológica, el conocimiento hoy en día está en nuestro bolsillo al alcance de un clic.
Ya no tenemos que transportarnos a una biblioteca, buscar durante horas una ficha bibliográfica para localizar un libro, ir por él, leer, hacer resúmenes con papel y pluma para regresar a casa con algo nuevo aprendido. Y entonces, ¿por qué seguimos enseñando como si el mundo a nuestro alrededor no hubiera cambiado?
Muchos docentes siguen preparando diapositivas con definiciones e información obtenida de libros de texto o páginas de internet, convirtiéndose en intermediarios entre el estudiante y la web, en vez de facilitadores y guías. En 2014, durante el primer congreso de internacional de innovación educativa en el Tecnológico de Monterrey, escuché a un ponente decir “Si tu clase puede ser sustituida por un video de YouTube, tal vez debería serlo”, Y estoy de acuerdo.
Como profesora de Ciencias, esa frase me abrió los ojos y me hizo reflexionar mucho sobre el gran reto que implica enseñar en la tercera década del siglo XXI. ¿En qué momento decidimos que la cátedra consiste en saturar de información a nuestros estudiantes, para evaluar su aprendizaje con base en la capacidad de retención y reproducción de información, en vez de guiarlos hacia el desarrollo de las competencias de pensamiento crítico, creatividad o innovación?
Todos somos científicos, pero somos los mejores científicos cuando tenemos entre 3 y 5 años. La maravillosa edad de los porqué: ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué ronca papá? ¿Por qué la abuela tiene el pelo blanco? Crecemos haciéndonos las más interesantes preguntas de investigación y algunos, más avezados, se saltan algunos pasos del proceso científico entrando directamente en la experimentación.
Analicemos el siguiente ejemplo sobre un científico de 4 años:
Pregunta de investigación: ¿Qué pasa si me aviento de esta rama usando mi capa de súper man/girl?
Hipótesis: Mi capa me hará volar y llegaré al otro árbol.
Experimentación: ¡Al infinito, y más allá!
Resultados: Termino en el hospital con un brazo enyesado.
Conclusión 1: La hipótesis fue fallida, puedo intentarlo de nuevo con otro traje de súper héroe/heroína que tenga mejores poderes.
Conclusión 2: Puedo escuchar la explicación de mi maestra de ciencias sobre las diferencias entre ciencia ficción y ciencia real, y evitar repetir el experimento bajo las mismas condiciones.
Considero que el verdadero reto de enseñar ciencias hoy es que, en algún punto de nuestra adultez, de nuestra vida profesional y docente, muchos hemos perdido de vista lo que implica ser científico, mecanizando el proceso, la enseñanza, los contenidos, y dejándonos de asombrar ante el mundo que nos rodea. Si a lo anterior sumamos los requerimientos administrativos por cubrir un determinado contenido en cierto tiempo, exámenes estandarizados de ingreso a la universidad que demandan memorización en vez de comprensión, estudiantes que viven su vida a través de la tecnología y no la usan en realidad como herramienta, entonces pareciera que estamos atados de manos y simplemente debemos seguir así hasta que el mundo cambie.
Nuestra labor es cambiar al mundo, no esperar que el mundo cambie para adaptarnos a él. Un científico rompe paradigmas, un científico cuestiona, hipotetiza, implementa, concluye, replantea e itera. ¿Por qué un profesor de ciencias —de cualquier nivel educativo— no debiera hacerlo constantemente en su práctica docente?
Enseñemos a nuestras niñas y niños a mantener esa curiosidad haciéndose cada día nuevas y mejores preguntas; enseñemos a nuestros adolescentes a plantear hipótesis de distintos estilos para responder cada vez mejor a esas preguntas; enseñemos a nuestros jóvenes a cuestionar lo que ocurre a su alrededor, a investigar en fuentes confiables de información, discriminar información falsa de información fundamentada y a analizarla para pensar críticamente; enseñemos en posgrado a retomar esa mentalidad de niña o niño científico curioso, que se pregunta cualquier cosa todo el tiempo, que se maravilla con su entorno y que busca siempre mejorarlo, compartir nuevas ideas y versiones de ver el mundo e incentivar a otros a seguir sus curiosos pasos.
Los profesores que me inspiraron a estudiar una carrera científica fueron aquellos que, en palabras de dos de ellos, “enseñaban como les hubiera gustado que les enseñaran a ellos”, me retaban a ser mejores versiones de mí misma, admitían cuestionamientos y me daban libertad creativa. El reto, creo yo, está en vencernos a nosotros mismos y cambiar la forma de enseñar en el año 2021 buscando los cómo sí, en vez de las 1,001 razones del por qué no.
Como científicos docentes, enfoquémonos en despertar esa chispa, ese interés, en no fomentar que la ciencia sea un podio de pedantería al que sólo se llega mediante sufrimiento y desgaste, sino transformarla en un estandarte de curiosidad, innovación, creatividad y florecimiento humano a través del cual todos deseen ver el mundo.
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